Cuento la estrella fugaz.

                                                       LA ESTRELLA FUGAZ


Había una vez una pequeña estrella que vivía en un rincón lejano de una galaxia aún sin nombre. A menudo escuchaba las conversaciones de las estrellas mayores que hacían referencia a otros mundos llenos de la vida de numerosos seres distintos y de luz.
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Una noche, tras la diaria conversación de las mayores, dijo a su madre que quería convertirse en estrella fugaz y así poder observar sus ojos también las maravillas que sus oídos escuchaban. Su madre se negó rotundamente alegando que era peligroso andar por esos mundos inmensos sin conocerlos bien, que temía que se perdiera. Pero la pequeña estrella era demasiado obstinada y había tomado la determinación, así que a su madre no le quedó otra que aceptar el hecho y decirle que primero tenía que prepararse convenientemente y después pedir permiso al Consejo de astros.
Cada mañana, tras amanecer, la pequeña estrella se esforzaba más y más por aprender las numerosas rutas celestes y por coger la fuerza necesaria para emprender lejanos viajes. Cada noche probaba con su madre, en distancias cortas, lo aprendido horas antes.
Y así, cuando estuvo preparada, rogó a su madre que la dejara ir a hablar con el Consejo. Su madre, viendo el entusiasmo de la pequeña, accedió a su petición.
Este Consejo, que a diferencia de los de los otros mundos vecinos se distinguía por su generosidad, estaba formado por los astros más viejos y sabios de la galaxia. Astros que, en su larga vida, habían acumulado experiencia y conocimiento, sabiduría y prudencia.
La pequeña estrella se vistió con sus mejores destellos y se engalanó con su luz más blanca. Habló tímidamente pero con entusiasmo. Los astros, notando su empeño, ilusión y sinceridad no pudieron por más que concederle lo que pedía. Una semana en aquel rincón lejano del universo. Pasada esa semana habría de regresar.
¡Qué gozo más enorme, qué nervios, qué ganas de emprender el viaje!
Descansó durante todo el día, cogiendo fuerzas para cuando llegara la noche. Su madre, protectora y amiga, también sentía nervios. Por un lado no quería que se fuera su pequeña, por otro comprendía que no podía retenerla contra su voluntad.
Y llegó la noche. Se fundió en un abrazo de tiempo incalculable con su madre, miró al infinito y echó a volar. Nadie sabe con certeza cuánto tiempo empleó en el camino, nadie sabe con certeza qué rumbo tomó, nadie sabe con certeza qué fuerza la guiaba, pero antes de que el sol de aquel rincón del universo despertara, la estrella llegó a su destino.
Desde lo alto divisó luces en un planeta y supo que había llegado. Extrañada por tanto movimiento fue, poco a poco, comprendiendo lo que allí sucedía. Vio cómo pequeños seres se movían de aquí para allá. Vio cómo algunos de esos seres hacían ruidos extraños con su boca, unos emitían sonidos acompasados, otros contestaban y otros simplemente reían. Siguió investigando y descubrió montañas, valles, ríos. Fue descubriendo todas aquellas cosas auténticas que se daban cita en aquel mundo misterioso.
Y descubrió un jardín, lleno de campanillas blancas, de flores se diría que hasta sonrientes, de rosas y violetas de nombre no conocido a las que se le notaba cierta envidia cuando vieron pasear entre ellas a uno de esos seres caminantes. Y cerca de ellas descubrió el mar.
No había salido de su asombro cuando le esperaba la sorpresa mayor. Ocurrió en un pueblo con castillo, al sur de una península que llamaban de los iberos, un pueblo llamado “ la hora de la cena” o algo así, no quedó mu claro. Detrás de las flores, entre los árboles, vio dos seres jugando, riendo. Se quedó inmóvil, fue para ella como descubrir la razón que le había empujado a lanzarse a aquella aventura. Descubrió a los niños.
Deseó convertirse en niña y corretear y jugar y reír con ellos. Se sintió dichosa y feliz. Cada noche se asomaba al mismo lugar a buscar a esos niños juguetones y sonreía desde lo alto.
Pasada ya la semana tuvo que regresar. La verdad es que le costó trabajo dejar aquel lugar, pero iba dichosa por todo lo que había descubierto y se dijo a sí misma que algún día, aunque pasara mucho tiempo, volvería a ese sitio.
Aquella pequeña estrella fue, en definitiva, la primera viajera del espacio y la responsable de que, si miramos a lo alto en una noche serena, veamos estrellas fugaces que vienen a ver a los niños jugando en este planeta en el que se dan cita tantas cosas para que sus ocupantes las disfrutemos.
Pero no podía ya conformarse con lo vivido; quería más, necesitaba más. Rogó a su madre que la dejara ir de nuevo a hablar con el consejo. Y esto fue lo que pasó: ........

¿Te ha gustado el cuento? Ahora te toca continuarlo; piensa qué te gustaría que ocurriera y escríbelo.

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