Cuentos varios.

                                                  Halloween tiene miedo

Estaban todas las fiestas del año reunidas en secreto: querían darle una gran sorpresa a su buena amiga la fiesta de Halloween. La idea se le había ocurrido a la hermana melliza de Halloween, la fiesta de Todos los Santos, y todas las demás fiestas excepto Año Nuevo, el hermanito de Navidad, que aún era pequeño, habían ayudado a preparar la sorpresa durante semanas. Por supuesto, habían tenido muy en cuenta los gustos de su amiga, y habían decorado el lugar con murciélagos, calabazas, telas de araña y esqueletos. Sin olvidar la gran montaña de dulces, claro.
Ya era de noche. Hacía un poco de frío y había mucha niebla, y todos esperaban que Halloween llegara en cualquier momento.
De pronto, se abrió la puerta de golpe y Halloween entró corriendo, aterrorizada. Nadie pudo reaccionar, no parecía ser un bueno momento para celebrar nada.
- ¡Me quiere comeeeer! ¡Hay algo ahí fuera que ha intentado comermeeeee!
Halloween, la más valiente de todas las fiestas, amiga de los monstruos más horribles, estaba muerta de miedo.
- ¿Podéis creerlo? Iba gritando: ¡Te voy a pillar, ojo, ojo, que te cojo! No tenía ningún miedo de mí ¡De mí! que soy la reina del miedo y los sustos. Qué ser tan horrible, que no sabe ni lo que son el miedo y el respeto- dijo enfadada y asustada.

Sus amigas, miedosas todas ellas, la rodearon pensando qué podían hacer. Siempre que tenían Tan agobiadas estaban que se olvidaron de vigilar al travieso Año Nuevo, y este aprovechó el revuelo para salir a la calle. Fue entonces cuando Halloween lo vio a través de la ventana.
- ¡Oh, no! Ese ser horrible ha atrapado a Año Nuevo y lo está aplastando con sus brazos ¿qué vamos a hacer ahora?
En ese momento había algo más de luz y se le podía ver mejor: tenía una gran barriga, propia de alguien capaz de comerse a Halloween de un bocado, y el traje entero era del color de la sangre, normal para quien pasaba el día comiendo gente.
  Además, ocultaba su cara tras un montón de pelo, y llevaba un saco gigantesco, donde posiblemente escondiera a toda la gente que aún no había podido comerse…
- Tío, ¡qué alegría! - gritó entonces Navidad, al tiempo que corría a la calle para… ¡echarse en brazos del terrible ser!
Desde dentro, Halloween escuchó grandes risotadas y, poco después, Navidad y Año Nuevo entraban en la casa acompañando al terrible ser:
- Halloween, te presento a nuestro tío Santa Claus. Está muy gordo porque come pastas en todas las casas del mundo, pero nunca se ha comido a nadie. Viste de rojo para que se le reconozca, su barba es enorme porque ya es muy viejo, y su saco… su saco es lo mejor de todo porque... ¡está lleno de regalos para tu fiesta!
Halloween aún no lo veía muy claro
- ¿Y entonces por qué gritaba “te voy a pillar, ojo, ojo, que te cojo”?
- Ja, ja, ja -rió el señor gordo de rojo- lo que yo digo es “Feliz Navidad, jou, jou, jou”. ¿Te has limpiado bien los oídos, o el gorro no te dejaba escuchar? ¡ja, ja, ja, ja!
Halloween respiró aliviada y todos rieron. Luego Navidad se le acercó cariñosamente y le dijo al oído:
- ¿Ves? al final es lo que tú siempre nos dices; que las cosas que más miedo dan, solo están en nuestra imaginación.
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Valores:Superar el miedo
Enseñanza:Un simpático cuento de poco miedo para celebrar Halloween sabiendo que lo que más miedo nos da es lo que nos imaginamos
Ambientación:Una casa y una fiesta sorpresa
Personajes:Las fiestas del año y un invitado especial
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                 Los fantasmas tampoco tienen           miedo... a veces
En el castillo más grande, más oscuro y más solitario que se puede imaginar vivía Bubuah, el fantasma. Sus gritos y aullidos eran tan terroríficos que podían helar la sangre de un dragón y el alma del mejor guerrero. Así se había convertido en el más famoso de los fantasmas, y así había conseguido que nadie quisiera acercarse al castillo. Lo que no sabía nadie era que Bubuah, en el fondo, solo era un fantasma llorón y miedica.
no quería estar solo y a oscuras, lloraba en cuanto se hacía de noche. Y como cualquier ruido le asustaba, chillaba con solo sentir los pasos de una hormiga. Y durante más de 500 años no hizo otra cosa que llorar y gritar.
Pero una noche se aburrió de hacer siempre lo mismo. Después de tantos años de lloros y chillidos, no había aparecido ningún monstruo para comérselo, ni le había atacado ningún niño malvado. Vamos, que estaba cansado y le dolían los agujeros de la sábana de tanto llorar, así que pensó que podría hacer algo diferente. Y como era un fantasma divertido al que le encantaba jugar, inventó un juguete especial: "La Ruleta del Gran Susto". Lo único que tenía que hacer era lanzar la ruleta cuando sintiera miedo, y la ruleta le diría qué hacer. Así no tenia que estar haciendo siempre algo tan aburrido y cansado como llorar y gritar, sino que podría hacer otras cosas, como bailar, cantar, dar palmas, eructar, o cualquier otra cosa que se le ocurriera añadir a la ruleta.

Aquel juguete resultó un invento genial, porque como Bubuah se asustaba por todo, se pasaba las noches tirando la ruleta, y le tocaba cantar, o bailar, o alguna de las otras mil cosas que escribía en la ruleta cada noche. Sin embargo, según fue pasando el tiempo, notó que cada vez sentía menos miedo, y que cada vez tenía que lanzar la ruleta menos veces.
que haciendo otras cosas se había convirtiendo en un fantasma mucho más valiente y más alegre, y que ya apenas necesitaba su ruleta.
Con el tiempo, el castillo de Bubuah dejó de ser tan terrible, y algunas personas comenzaron a visitarlo. Hasta el fantasma era capaz de acercarse a ellas sin asustarse. Pero un día un niño lo descubrió en su escondite, y se asustó tanto que comenzó a llorar y gritar ¡Qué susto se llevó el fantasma! Pasó tanto miedo que tuvo que tirar la ruleta 100 veces. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había descubierto lo más terrible, lo que más miedo da de todas las cosas: los gritos y los lloros.

Y juntando todo el valor que tenía bajo la sábana, se acercó al niño y le regaló su Ruleta del Gran Susto. Al niño le gustó tanto el regalo que rápidamente estuvieron los dos cantando, bailando y haciendo mil juegos.
Y el fantasma se sintió tan feliz de haber descubierto cómo curar el miedo, que desde entonces se dedica a fabricar ruletas para regalárselas a aquellos niños que lloran y gritan tanto que asustan como el peor de los fantasmas.
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Valores:Combatir el miedo creativamente
Enseñanza:Las reacciones que provoca el miedo (como el llanto continuado) son muchas veces las que impiden superarlo, y se pueden evitar con soluciones creativas.
Ambientación:Un antiguo castillo
Personajes:Un fantasma y un niño
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                       El miedo es blandito y suave
Marina era una niña que tenía mucho miedo de la oscuridad. Al apagarse la luz, todas las cosas y sombras le parecían los más temibles monstruos. Y aunque sus papás le explicaban cada día con mucha paciencia que aquello no eran monstruos, y ella les entendía, no dejaba de sentir un miedo atroz.
Un día recibieron en casa la visita de la tía Valeria. Era una mujer increíble, famosísima por su valentía y por haber hecho miles de viajes y vivido cientos de aventuras, de las que incluso habían hecho libros y películas. Marina, con ganas de vencer el miedo, le preguntó a su tía cómo era tan valiente, y si alguna vez había se había asustado.
- Muchísimas veces, Marina. Recuerdo cuando era pequeña y tenía un miedo terrible a la oscuridad. No podía quedarme a oscuras ni un momento.
La niña se emocionó muchísimo; ¿cómo era posible que alguien tan valiente pudiera haber tenido miedo a la oscuridad?
- Te contaré un secreto, Marina.

Quienes me ensañaron a ser valiente fueron unos niños ciegos. Ellos no pueden ver, así que si no hubieran descubierto el secreto de no tener miedo a la oscuridad, estarían siempre asustadísimos.
- ¡Es verdad! -dijo Marina, muy interesada- ¿me cuentas ese secreto?
- ¡Claro! su secreto es cambiar de ojos. Como ellos no pueden ver, sus ojos son sus manos. Lo único que tienes que hacer para vencer el miedo a la oscuridad es hacer como ellos, cerrar los ojos de la cara y usar los de las manos.

Te propongo un trato: esta noche, cuando vayas a dormir y apagues la luz, si hay algo que te dé miedo cierra los ojos, levántete con cuidado, y trata de ver qué es lo que te daba miedo con los ojos de tus manos... y mañana me cuentas cómo es el miedo.
Marina aceptó, algo preocupada.
Sabía que tendría que ser valiente para cerrar los ojos y tocar aquello que le asustaba, pero estaba dispuesta a probarlo, porque ya era muy mayor, así que no protestó ni un pelín cuando sus padres la acostaron, y ella misma apagó la luz. Al poco rato, sintió miedo de una de las sombras en la habitación, y haciendo caso del consejo de la tía Valeria, cerró los ojos de la cara y abrió los de las manos, y con mucho valor fue a tocar aquella sombra misteriosa...
A la mañana siguiente, Marina llegó corriendo a la cocina, con una gran sonrisa, y cantando. "¡el miedo es blandito y suave!... ¡es mi osito de peluche!"
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Valores:Vencer el miedo a la oscuridad
Enseñanza:Un forma de vencer el miedo a la oscuridad de los niños, basada en afrontarlo a través de la imaginación y el optimismo
Ambientación:La habitación de una casa moderna
Personajes:Una niña y su tía
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     Aventuras de un enemigo de Halloween
La gente piensa que Halloween asusta a los niños, pero hay alguien muy famoso a quien le da mucho más miedo: el ratoncito Pérez. Y es que todos los dulces de Halloween acaban en las bocas de los niños, que olvidan lavarse los dientes, que se les van estropeando… Y para cuando se los tiene que llevar el ratón, están hechos un desastre.
Por eso Pérez decidió viajar a la tierra de los monstruos para detener aquella locura de dientes enfermos. Sin embargo los monstruos no estaban dispuestos a quedarse sin la única oportunidad en que podían acercarse a sus amigos los niños. Cualquier otro día del año, si un monstruo de verdad se acercaba a un niño se montaba una buena…

El ratoncito Pérez tampoco iba a renunciar, y decidió cargarse la fiesta de Halloween. Un año pensó:
- Daré la vuelta a los carteles que indican el camino hacia las ciudades. Así los monstruos se perderán.
Pero resultó que los monstruos ni siquiera los miraban porque no sabían leer. Otro año dijo:
- Ya sé, llevaré miles de ovejas golosas para que se coman las golosinas que guardan los monstruos para la fiesta.

Y lo consiguió. No dejaron ni una, pero comieron tantos dulces que se volvieron ovejitas de caramelo. Y los monstruos las repartieron por el mundo con tanto éxito que el ratoncito Pérez tuvo la peor cosecha de dientes de su vida.
Para la siguiente ocasión, preparó un plan muy arriesgado
- Ayudaré a escapar de la cárcel a los monstruos más malvados y que peor tratan a los niños. Darán tanto miedo que nadie querrá otro Halloween.

En secreto y muerto de miedo, la noche de Halloween liberó a aquellos brutos y los acompañó hasta la ciudad. Esperaba que montaran un gran lío, pero cuando llegaron y vieron los disfraces, creyeron que todo era un fiesta sorpresa para ellos. Se sintieron tan felices y emocionados que se portaron fenomenal y durante horas cubrieron con sus peludos abrazos y sus babosos besos al ratoncito. Se volvieron tan buenos, que nadie pensó en volver a encerrarlos.
Desesperado por tantos intentos fallidos, el ratón Pérez estaba dispuesto a gastar toda su fortuna.
- Compraré todo el azúcar y lo tiraré por los ríos y lagos del mundo. Sin dulces no habrá fiesta.
Pero no sabía el ratoncito que los monstruos tenían sus propios huertos de golosinas, y que al regarlas con agua dulce tuvieron la mejor cosecha de la historia…

Viendo que nada podía arruinar la fiesta que tanto querían niños y monstruos, se le ocurrió que igual solo necesitaba cambiarla un poco. Y al pensar en los huertos de golosinas de los monstruos, tuvo una idea... se acercó una noche a escondidas y plantó algunas cosas más: caramelos sin azúcar, frutas, gominolas de pasta dentrífica… y hasta un árbol de cepillos de dientes. Los monstruos eran tan brutos que ni se dieron cuenta y, cuando prepararon las bolsas de golosinas para el año siguiente, en todas metieron los sanos productos plantados por Pérez.

El plan resultó todo un éxito porque, al ver entre las golosinas un cepillo de dientes, ningún niño se olvidó de cepillarlos, y no pudo decir que no encontraba el cepillo. Así, los monstruos salvaron su fiesta, los niños comieron sus dulces y el ratoncito Pérez recogió ese año los mejores dientes que podía recordar.
Y a los papás y a las mamás también les gustó la idea. Por eso ahora, entre todos los regalos y dulces que se reparten en Halloween, cada vez es más fácil ver cepillos de dientes, fruta sana y golosinas sin azúcar.
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Valores:Buenos hábitos
Enseñanza:Un simpático cuento que aprovecha la fiesta de Halloween para recordar a los niños la importancia de cuidarse los dientes y comer sano
Ambientación:La noche de Halloween
Personajes:El ratoncito Pérez y los monstruos
¡Vamos a trabajar el cuento, ahora que aún está fresco!
   A las personas no siempre nos gustan las mismas cosas
 ¿Qué cosas crees que te gustan a ti pero no les gustan a tus papás?
¿Qué haces cuando alguien quiere hacer algo que a ti no te gusta hacer, o tus amigos juegan a algo que no te gusta?
 ¿Cómo podrías cambiar esas cosas que no te gustan para que te gusten un poco más?
Por cierto ¿te has cepillado los dientes hoy?
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 Teodora, la bruja de la escoba voladora

Había una vez una bruja que se llamaba Teodora y vivía sola en el bosque de los árboles verdes. Tenía un aspecto sombrío con su nariz peluda con un lunar en la punta larga como una zanahoria y su boca pequeña siempre torcida de mal humor.
Una tarde en que estaba de muy mal humor se sentó sobre una enorme piedra, cruzó sus piernas flacas de bruja una sobre otra, mientras con la mano izquierda apoyada en sus rodillas, sostenía su cabeza inclinada que parecía pesarle tanto como la piedra en que estaba sentada.
La bruja estaba muy enfadada porque no tenía a nadie a quien embrujar. Teodora empezó a pensar qué podía hacer para conseguir que alguien pasara por allí pero no se le ocurrió nada de nada y su enfado fue en aumento. Se enfadó tanto que se puso a llorar - algo muy raro tratándose de una bruja.
El caso es que al cabo de un rato Teodora se calmó y fue a buscar su escoba voladora.
- Mmmm, ya sé lo que haré. Voy a hacer burbujas con la receta que me dio mi
abuela Mandora. ¡Con ese hechizo seguro que consigo que vengan muchos niños hasta aquí!
La receta era fácil y sólo se necesitaba un poquito de detergente y algo del agua. Así que Teodora, decidida a preparar el brebaje mágico fue en busca de la caldera encantada y siguió las indicaciones de la receta de su abuela la bruja Mandora.
- Mil gotitas de detergente... un vasito de agua... y ahora las palabras mágicas:
¡Colorín colorado este brebaje está terminado¡ ¡Colorín, colorete, este brebaje está de rechupete!
El caldero comenzó a temblar y de él empezaron a salir cientos de burbujas enormes empezaron a volar hasta llegar a la ciudad.
Los niños comenzaron a mirar desde las ventanas y las madres se pusieron a conversar acerca de lo que estaría sucediendo en ese lugar.
Teodora se subió a la escoba y siguió a sus burbujas dando cabriolas.Quería estar segura de que su hechizo funcionaba.
Los niños bajaron a la calle atraídos por aquellas burbujas pero cuando estaban muy cerca de una de ellas, ésta los atrapaba, quedando dentro sin poder salir.
Todas las burbujas empezaron a elevarse por los aires y se juntaron hasta formar una enorme burbuja en cuyo interior estaban atrapados todos los niños y niñas del pueblo.
- ¡Socorro! ¡Queremos salir! - gritaba un niño más mayor mientras golpeaba las paredes de la burbuja.
- ¡Que alguien nos saque de aquí por favor! - sollozaba otra niña.
- ¡Bien! ¡Por fin lo he conseguido! - decía Teodora desde su escoba.
La bruja condujo a la gran burbuja hasta su casa en el bosque y una vez allí dijo de nuevo las palabras mágicas para que esta reventara. Cuando los niños tocaron el suelo estaban tan asustados de la bruja que ninguno se atrevió a decir nada o a moverse. Sólo se escuchaba el llanto de alguno de los niños más pequeños.
- No, por favor. No quiero que lloréis, no os voy a hacer nada malo - dijo Teodora
Siento haber utilizado mi magia para traeros hasta aquí… quizá no haya sido la mejor forma. Pero sabía que si os preguntaba si queríais venir conmigo a jugar no iba a venir nadie. Y yo me siento muy sola. Sólo quiero amigos con los que jugar.
Teodora, la bruja de la escoba voladoraLos niños miraban a la bruja con los ojos y la boca muy abierta. No se imaginaban que Teodora fuera una bruja buena aunque en realidad nunca había hecho daño a nadie como para que pensaran lo contrario.
Al final, el más mayor dio un paso al frente y habló en nombre de todos.
- Teodora, si no hemos venido antes hasta aquí es porque pensábamos que nos harías algo malo. Como eres una bruja…
- Ya lo sé. Es normal. Soy una bruja sí, pero lo soy porque mi madre y mi abuela también lo eran. Vivo aquí sola porque todo el mundo se asusta cuando me ve por la calle y a mi no me gusta asustar a los demás.
- Entonces si nos quedamos, ¿podremos jugar?
- ¡Claro que sí! Me sé muchísimos juegos. Veréis como nos lo pasamos muy bien
Los niños y la bruja pasaron la tarde entre risas y juegos y Teodora logró ganarse la confianza de los niños demostrándoles que no era la bruja mala que aparentaba ser.
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Edades:A partir de 4 años
Valores:las apariencias engañan, amistad

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El primer día de cole de la brujita Tita
El primer día de cole de la brujita Tita Tita era un brujita pequeña, que comenzaba a ir a la escuela por primera vez. Y qué pocas ganas tenía de ir al colegio. A Tita lo que le gustaba era hacer hechizos y pócimas, molestar a las hadas del bosque y fastidiar a las brujas ancianas.
Precisamente una de esas brujas ancianas era su abuela, y además la jefa de las brujas.
- Vamos, Tita, no seas tan perezosa, que al final vas a llegar tarde a la escuela -le decía su abuela.
- ¡Qué pesada eres abuela! -dijo Tita-. Te voy a hacer un hechizo para que crezcan tomates en la verruga de la nariz como no me dejes en paz.
- Hay que ver lo rebelde que has salido, mocosa -dijo la abuela-. A la escuela he dicho, o la que va hacerte un hechizo voy a ser yo.
Tita sabía que su abuela hablaba en serio, así que no le quedó más remedio que ir a la escuela. Se puso su sombrero picudo de bruja y su escoba y se puso en marcha.
Pero tras su rebeldía lo que de verdad ocultaba Tita era mucho miedo, porque en la escuela no había más brujas. Había hadas, elfos, magos… incluso niños normales. Pero no había brujas. Y todo el mundo sabe -o, al menos, dice- que las brujas son malas y hacen cosas muy desagradables. Y Tita no quería ser la mala de la clase.
Tita entró con la cabeza gacha, sin mirar a nadie, y se sentó en la última fila de la clase. La profesora pasó lista. Cada niño tenía que levantarse, decir su nombre completo, de dónde venía y qué era lo que le gustaba. A Tita le tocó la última.
Con mucha vergüenza, Tita se levantó, con su gorro calado casi hasta la nariz. Sin levantar la vista, Tita se presentó:
- Soy la brujita Tita y lo que más me gusta es hacer hechizos con los animales del bosque.
- ¿Qué hechizos te gusta hacer? -preguntó una de sus compañera, un hada de pelo rojo con destellos morados.
- Me gusta ponerle bigote a las ranas y piernas a los peces. A veces incluso le pongo cuernos a los gatos y escamas a los ciervos -explicó Tita.
- Pero, ¿y los dejas así? -preguntó muy sorprendido un mago de pelo plateado y ojos amarillos.
- ¡No, claro que no! -contestó Tita, enfadada-. ¿Por quién me has tomado?
Con el enfado Tita no se había dado cuenta de que había levantado la cara y que el gorro se le había caído.
- ¡Uau! -dijeron todos a la vez, incluida la maestra.
- ¿Qué pasa? -dijo Tita-. Soy una bruja horrible todas las brujas me lo dicen pero no os tenéis que reír de mí por eso. ¡Sois unos maleducados!
Tita se sentó y empezó a llorar.
Un elfo fue el único que se atrevió a hablar:
-Tita, no eres fea sino todo lo contrario. Tal vez a las brujas no les encaje cómo eres. Pero a nosotros nos encantas.
TEl primer día de cole de la brujita Titaita tenía la piel clara y no tenía verrugas o cicatrices como el resto de las brujas. Su nariz era preciosa, pequeñita y delicada. Su pelo pelirrojo brillaba como el sol y sus ojos verdes como esmeraldas eran grandes y expresivos.
- La belleza es una cosa relativa, que depende de cada cultura, Tita -dijo la maestra-. Vayas donde vayas nunca debes avergonzarte, porque tú eres así. No dejes que nadie te haga sentir inferior por ser diferente.
Tita no salía de su asombro.
- Gracias... -dijo.
- Oye Tita, ¿tu escoba vuela de verdad? -preguntó uno de los elfos.
- Sí... Si queréis luego os doy una vuelta -dijo Tita.
- ¡Bien! -gritaron todos a la vez.
Así fue como Tita descubrió que el cole era un lugar donde conocer gente nueva y donde aprender cosas tan importantes como que en la vida hay que ser uno mismo y no dejarse arrinconar por quienes te consideran diferente.
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Edades:Todas las edades
Valores:autoconfianza, aceptación, empatía
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